Descubrí la acuarela casi por casualidad, buscando un ratito de calma entre tanta prisa diaria. Cogí un pincel sin muchas expectativas y, desde la primera mancha de color, entendí que esto iba a engancharme. Hay algo muy especial en ver cómo el agua mueve el pigmento a su aire, creando efectos que nunca se repiten igual.
Con el tiempo, pintar se convirtió en mi pequeño refugio. No hace falta pensar demasiado; solo mojar el pincel, dejar que los colores fluyan y olvidarme del resto. Y aunque suene simple, esa mezcla de concentración suave y relax tiene un efecto casi inmediato en la cabeza. Es como respirar un poco más despacio.
Lo que más me gusta pintar son
ramas con hojas de colores y flores.
Me encanta cómo los colores se van encontrando solos, cómo una hoja puede cambiar de tono en un instante o cómo una flor termina distinta de lo que esperaba. Supongo que por eso vuelvo siempre a la acuarela: porque me permite crear, pero también dejarme sorprender.
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