Había una vez una rosa, una de esas flores que todo el mundo cree que es delicada, perfecta y un poco vanidosa Pero esta no era una rosa cualquiera. No, esta rosa llevaba en su tallo el nombre de alguien. ¿Por qué? Bueno, nadie sabe muy bien por qué, pero ahí estaba escrito.
La rosa, en su más profunda ignorancia, pensaba que las flores no tenían que cargar con nombres. Después de todo, ¿qué sentido tenía? Si las flores pudieran hablar (y si alguna vez lo hicieran), seguro que se quejarían de lo mismo: “¿Por qué ponerle nombre a todo, incluso a mí?”
Pero claro, el mundo del arte es extraño. Algunas personas, cuando tienen una acuarela entre manos, deciden hacer cosas que no tienen mucho sentido. Como escribir un nombre en el tallo de una flor que no necesita un nombre, porque todos sabemos que las flores son un poco... vanidosas.
Así que la rosa se convirtió en postal. Y no en una postal cualquiera, sino en la postal. Porque, claro, no se trata solo de una flor bonita. Se trata de un mensaje escondido en su tallo, y si el nombre tiene algo de importancia, nadie más que la rosa lo sabe. Lo único que podemos hacer es mirar la postal, admirar las pinceladas, y preguntarnos: “¿De quién será ese nombre?”
Las flores no necesitan nombres para ser bonitas. Pero si las pones en una postal, con el nombre de alguien, seguro que se sentirá especial. Incluso si esa rosa solo quería seguir siendo una flor sencilla.


No hay comentarios:
Publicar un comentario